Ante nuestra pequeñez, la educación se presenta como aquel sicomoro al cual se trepó Zaqueo, quien se moría de ganas por ver al profeta del que tanto había oído hablar.
La educación nos permite elevarnos -como aquel árbol a Zaqueo- y superar los obstáculos que -cual la multitud de cabezas en el relato del Evangelio- no nos permite “ver” al Maestro, fuente de sabiduría. Quizás sea la enseñanza de Zaqueo para todos los hombres, intentar elevarnos, "despegar" un poco del suelo, atrevernos a la maravillosa aventura de aprender, para ver más allá de aquello que, por nuestra baja estatura, cremos que es nuestro horizonte.
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